Prismáticos en mano y ya sea desde una terraza, una azotea o en plena paseo campestre, el pase de palomas es una atracción no sólo para los aficionados a la caza, que haberlos haylos a patadas en Gipuzkoa, sino para todos los amantes de la naturaleza… y la gastronomía. Luego están las charlas de los cazadores, que también tienen su encanto: que si cada vez se ven menos bandos, que si por los Pirineos años atrás era un espectáculo, que si fulanito estuvo el otro día horas esperando para pegar dos tiros y volvió a casa sin nada. Lo cierto es que es que siempre hay una expectación entorno a las especies ‘reinas’ del otoño, que son la paloma torcaz, la malviz y la becada.
Las palomas se dejan ver cuando abandonan el frío europeo para buscar tierras más cálidas. Leía hace poco que sólo en Gipuzkoa hay más de 3.000 puestos de caza para controlar el pase de palomas, lo que da una idea de la afición que hay alrededor de esta ave, que según parece, a cuenta del cambio climático, se está volviendo perezosa y prefiere una vida más sedentaria. Pero no me quiero alargar.
Los que no somos amantes de la caza, pero sí apreciamos el valor de estas presas en la mesa, sabemos de la emoción que supone que te regalen un par de palomas de vez en cuando. A mí, la última vez, me pasó hace unas semanas. Desplumar y limpiar estas aves no es para todos los públicos, pero no entraña dificultad. A partir de ahí, cocinarlas y servirlas… sí es un verdadero placer para todos los públicos.
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